TEXTO OCTAVA COMPAÑIA BOMBEROS DE SANTIAGO
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Me permito transcribir textualmente el artículo que el distinguido Miembro Honorario del Cuerpo y Voluntario de la cuarta compañía “Pompe France”, Don Jorge A. Poirier intercalara en su libro “Les Soldats du Feu” que nos da una clara y emocionada relación de nuestro querido “MORO”.
Nos relata el Sr. Poirier:
“Tomo el periódico del día 13 de Enero de 1928 y leo el encabezamiento “EL MORO” no volverá a concurrir a los llamados de incendio. Un auto lo dejo sangrando frente a la plazuela de San Isidro, llevando el luto a la Octava Cía. de Bomberos.
Hábil voluntario y buen compañero, “El MORO” fue héroe en más de una ocasión. En ocho años jamás dejo de asistir a un incendio y sólo tenía dos suspensiones en su hoja de Servicio. Y en varias columnas y con una caricatura de Coke, con casco de su 8va una foto del premio obtenido en un concurso de la escuela Errázuriz y una foto de la máquina con este perro extraordinario, se destaca la triste noticia de la muerte del amigo, el perro “EL MORO”,. Más abajo en el mismo diario se indica que el periodista de la época visitó el cuartel de la 8va y hace resaltar las extraordinarias cualidades de este noble animal, silueta popular de las actividades bomberiles de la capital y la honda pena que aflige a todos los voluntarios por su muerte. Para hacer la reseña más exacta me voy a permitir copiar a continuación el artículo sobre ese hecho.
Una siembra de duelo envuelve gravemente el hasta ayer bullicioso cuartel de la 8va Cía.. De Bomberos. Pesa sobre ella la lápida de una desgracia cruel y desconsoladora; sufre en estos momentos la ausencia de un compañero, del voluntarios más movedizo y comedido del amigo más fiel y decidido, sufre sinceramente conmovida la muerte del “MORO”, ocurrida anteayer en acto del servicio. La prensa dio cuenta en breve líneas del accidente fatal; en circunstancias que el carro de la Octava se dirigía a un incendio, fue atropellado y muerto el perro mascota de esa Compañía. Nada más. Ni un comentario. Pero el “MORO” mas y prueba de ello es la conmoción que sus compañeros de bomba.
En efecto, conmovidos hasta las lágrimas, muchos de ellos nos han relatado, con paternal ternura, las gracias de “MORO”, La inteligencia del “MORO” El valor y lealtad de MORO… Sugestionados también por el dolor evidente, que advertimos en sus rostros de todos aquellos con quienes hablamos, nos trasladamos ayer al cuartel de duelo, y pudimos conformar allí, los caracteres de intensa desgracia que ha revestido la muerte del fiel compañero MOR.
Como una gran casa vacía por la ausencia del pequeñuelo, el cuartel se erguía silencioso, y las exclamaciones de los rudos voluntarios tenían en aquellos momentos, tonos de mal reprimida cólera ante la desgracia.
Dueño absoluto del cuartel, el MORO cumplía como el más abnegado de los bomberos sus obligaciones. Todo el día junto a los carros, atento y avizor, nunca fue el último en acudir a un llamado de alarma. Era tan fina percepción de las cosas que tenía el noble animal, que, según se nos contaba, distinguía perfectamente cuando era llamado de incendio o solamente una prueba de los timbres, pruebas que se hacen dos veces al día, en todos los cuarteles.
Producido el llamado, el “MORO”, era el primero en tomar por asalto el carro o iniciaba su labor agitando bravamente la campana con su aguzado hocico de fino policía. Era el más ágil y el más decidido y rara vez dejó de trepar las escalas en los casos de fuego para prestar ayuda que en más de una ocasión fue eficaz y bien reconocida por todos.
Jamás dejó de asistir a la lista, ya en el carro o solo seguía automáticamente a los bomberos, y ya en la labor de salvamento anunciaba su presencia con aullidos característicos e inconfundibles.
Dicen que todo lo dejaba por cumplir su misión y que hasta más de un lío amoroso quedó interrumpido por el toque de la campana.
El “MORO” sólo tenía dos suspensiones en su hoja de servicio. Tenía solamente “EL MORO” dos castigos en sus largos ocho años de activos servicios. Una suspensión por mal carácter y pendenciero y otra por demasiado reflexivo. En efecto en la primera ocasión, hizo pasar un rato más que desagradable a un compañero de la sexta a “PITÓN” can bombero de méritos también, a quien acaricio con sus colmillos la patas trasera. La segunda suspensión se debió a falta de respeto a una de las más altas autoridades del Cuerpo. Como bueno cumplió Moro su castigo y dicen que han sido estos los días más amargos de su vida. Oyendo el ajetreo de escalas, carro y campana, sin poder participar como siempre en la bella labor de salvar la vida y propiedad ajena.
En cierta oportunidad, en un caso de alarma, uno de los voluntarios se quedo dormido y al notarlo, el Moro descendió del carro y llegando al dormitorio de la guardia, lo despertó y lo arrastró hasta su asiento. El Moro sabía que un bombero nunca debe faltar a un llamado y luego él no podía contestar por otro en la lista… Otro voluntario que se ha acercado hasta el corrillo de nuestra charla nos dice que en una oportunidad fue sacado de debajo de un tabique por el MORO, que aun cuando lo magullo un poco los brazos, le evitó seguramente la muerte o herida gravísima.
Así todos cual más cual menos, tiene algo que contar. El Moro no se irá, el Moro permanecerá entre sus entre sus viejos amigos y aunque su cuerpo lleno de aserrín no tendrá la elástica gracia del amigo en vida y sus ojillos de vidrios no se volverán nerviosamente en el calor del trabajo, su efigie embalsamada dirá a todos los que afrontan tan bravamente la lucha contra el fuego, que un bombero nunca debe faltar a un llamado y el cayo como bueno, en acto del servicio.
Como llego Moro al cuartel Octava
Conversación sostenida durante el almuerzo de la peña de los 50 años, entre nuestro Voluntario Honorario y Miembro Honorario de la institución Don Lino Echeñique Donoso y el Voluntario Honorario y Miembro Honorario de la institución Don Mario Brignardello Chevesich, voluntario de la undécima Compañía le contó lo siguiente.
La familia de su padre don Jerónimo Brignardello, que no podía ver a los bomberos, era dueño del fundo “La Estancia” en la localidad de Buin. En ese predio, como es natural había una gran cantidad de perros entre los cuales uno de ellos que era un bandido, se comía los huevos de las gallinas ponían en diversos lugares, y no contento con eso, les enseñaba a sus congéneres a cometer su delictual costumbre, recibió de visita a su hermano Alfredo Voluntario de nuestra compañía, a quien contó las molestias que este perro le ocasionaba, en vista de lo cual, lo había condenado a muerte. Don Alfredo escuchó el relato y, quizás impresionado por la actitud del condenado, solicitó clemencia para él, no obstante, lo condenaba al exilio en el cuartel de la Octava Compañía, vigilando personalmente que la pena se cumpliera a cabalidad. El reo fue traído a Santiago y cumplió su condena hasta l fin de sus días el condenado se llamaba “MORO”.